Al
posadero le extrañaron mucho aquellos deseos, pero no quiso hacer preguntas
para no implicarse más. Sospechaba algo turbio en todo aquel asunto, pero
mientras Leiden no lo comprometiera directamente no tenía intención de
oponerse.
Una vez
que la puerta del desván donde Ismael tenía su jergón quedó trabada desde
fuera, el canónigo le pidió al posadero:
-
Lléveme enseguida a la habitación que ocupa ese caballero.
Subieron
por la escalera como dos sombras gemelas. Una vez arriba, Leiden indicó:
-
Anúncieme diciéndole que el visitante que espera acaba de llegar.
El
posadero, impaciente por terminar con aquello, se disponía a cumplir el
encargo, pero Leiden lo detuvo cogiéndolo de un brazo.
- No,
espere; lo he pensado mejor. Dígale tan solo que alguien quiere hablarle.
El dueño
de La Encrucijada dio unos golpes en la puerta y dijo:
- El
caballero tiene visita.
Tras
llamar insistentemente, cada vez con más energía, los dos se dieron cuenta de
que en la habitación no había nadie.
Con
extrañeza y alarma, Leiden dijo:
- Abra y
veamos.
El
primer vistazo que dieron al entrar les convención de que el desconocido
viajero ya no se encontraba en la posada. Sobre la pequeña mesa del cuarto
había dejado unas monedas como pago de su estancia. Eso tranquilizó al
posadero.
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