domingo, 4 de noviembre de 2012

El último enigma

Joan Manuel Gisbert



Al posadero le extrañaron mucho aquellos deseos, pero no quiso hacer preguntas para no implicarse más. Sospechaba algo turbio en todo aquel asunto, pero mientras Leiden no lo comprometiera directamente no tenía intención de oponerse.

Una vez que la puerta del desván donde Ismael tenía su jergón quedó trabada desde fuera, el canónigo le pidió al posadero:
- Lléveme enseguida a la habitación que ocupa ese caballero.
Subieron por la escalera como dos sombras gemelas. Una vez arriba, Leiden indicó:
- Anúncieme diciéndole que el visitante que espera acaba de llegar.
El posadero, impaciente por terminar con aquello, se disponía a cumplir el encargo, pero Leiden lo detuvo cogiéndolo de un brazo.
- No, espere; lo he pensado mejor. Dígale tan solo que alguien quiere hablarle.
El dueño de La Encrucijada dio unos golpes en la puerta y dijo:
- El caballero tiene visita.
Tras llamar insistentemente, cada vez con más energía, los dos se dieron cuenta de que en la habitación no había nadie.
Con extrañeza y alarma, Leiden dijo:
- Abra y veamos.
El primer vistazo que dieron al entrar les convención de que el desconocido viajero ya no se encontraba en la posada. Sobre la pequeña mesa del cuarto había dejado unas monedas como pago de su estancia. Eso tranquilizó al posadero.
 

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