domingo, 28 de octubre de 2012

El príncipe destronado

Miguel Delibes



Pero eso no es lo malo, hijo. Lo malo es cuando uno no tiene disco que tocar y se conforma con repetir como un papagayo el disco que estuvo oyendo toda su vida. Eso es lo malo, ¿comprendes? No tener personalidad.

Tú eres Quico y yo soy yo, y si Quico quiere ser yo, Quico no es nada; un don nadie, un pobre diablo sin nombre y sin apellidos.

Quico abría mucho los ojos. Papá sacó una pitillera de oro, golpeó el pitillo tres veces contra la superficie de la mesita enana, lo encendió y recostó la nuca sobre el respaldo del sillón succionando golosamente. Al cabo, Quico miró a su madre. Mamá le dijo con rara suavidad:

—Quico, hijo mío, si en esta vida ves antes la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, serás un desgraciado. Lo primero que has de aprender en este mundo es a ser imparcial. Y lo segundo, a ser comprensivo. Hay hombres que creen representar la virtud y todo lo que se aparta de su juego de ideas supone un atentado contra unos principios sagrados. Lo de los demás es circunstancial y tornadizo; lo de ellos, intocable y permanente. Si te enrolas en un juego de ideas, tendrás personalidad, de otro modo serás un botarate, ¿me comprendes?
 

La sorpresa de los números

Anna Cerasoli

Escucha y dime si estás de acuerdo. Veamos:

Todos los hombres son mortales.
Sócrates es un hombre.
Así pues, Sócrates es mortal.

-Pues claro que estoy de acuerdo, abuelo, ¡tiene que ser así a la fuerza!
-Exacto, querido nieto: a la fuerza. En efecto, hay una fuerza interior en ese razonamiento. Verás, es como si las dos primeras proposiciones, llamadas premisas, contuvieran ya en su interior la última, denominada precisamente conclusión. Por eso, el hecho de que "Sócrates es mortal" se impone con la fuerza de la verdad.

-Ahora dime si este otro esquema de razonamiento te convence:

Todos los ratones son grises.
Mi gato no es un ratón.
Así pues, mi gato no es gris.

-Un momento abuelo, dame tiempo para reflexionar. Nosotros no tenemos gato, pero si lo tuviéramos, podría ser perfectamente gris, aunque no sea un ratón. A mí me parece que ese..., cómo se llama... ah, sí, ese silogismo no funciona.

El hombre anumérico

John Allen Paulos



Un timo bursátil

Los asesores de bolsa están en todas partes y es muy probable encontrar alguno que diga cualquier cosa que uno esté dispuesto a oír. Normalmente son enérgicos, parecen muy expertos y hablan una extraña jerga de opciones de compra y de venta, cupones de cero y cosas por el estilo. A la luz de mi humilde experiencia, la mayoría no tiene mucha idea de lo que está hablando, pero cabe esperar que algunos sí.
Si durante seis semanas seguidas recibieras por correo las predicciones de un asesor de bolsa acerca de cierto índice del mercado de valores y las seis fueran acertadas, ¿estarías dispuesto a pagar por recibir la séptima predicción?. Supón que estás realmente interesado en hacer una inversión y también que te han planteado la pregunta antes de la crisis del 19 de octubre de 1987. Si estuvieras dispuesto a pagar por esa predicción (y si no, también), piensa en el siguiente timo.
Uno que se hace pasar por asesor financiero imprime un logotipo en papel de lujo y envía 32.000 cartas a otros tantos inversores potenciales en un cierto valor de la bolsa. Las cartas hablan del elaborado sistema informático de su compañía, de su experiencia financiera y de sus contactos. En 16.000 de las cartas predice que las acciones subirán y, en las otras 16.000, que bajarán. Tanto si suben las acciones como si bajan, envía una segunda carta pero sólo a las 16.000 personas que recibieron la «predicción» correcta. En 8.000 de ellas, se predice un alza para la semana siguiente, y en las 8.000 restantes, una caída.
Ocurra lo que ocurra, 8.000 personas habrán recibido ya dos predicciones acertadas. Manda una tercera tanda de cartas, ahora sólo a estas 8.000 personas, con una nueva predicción de la evolución del valor para la semana siguiente: 4.000 predicen un alza y 4.000 una caída. Pase lo que pase, 4.000 personas habrán recibido tres predicciones acertadas seguidas.
Sigue así unas cuantas veces más, hasta que 500 personas han recibido seis «predicciones» correctas seguidas. En la siguiente carta se les recuerda esto y se les dice que para seguir recibiendo una información tan valiosa por séptima vez habrán de aportar 500 dólares. Si todos pagan, nuestro asesor les saca 250.000 dólares. Si se hace esto a sabiendas y con intención de defraudar, es un timo ilegal. Y sin embargo, se acepta si lo hacen involuntariamente unos editores —serios pero ignorantes— de boletines informativos sobre la bolsa, los curanderos o los tele-evangelistas. El puro azar siempre deja lugar a una cantidad suficiente de aciertos que permitan justificar casi cualquier cosa a alguien predispuesto a creer.

Flor de leyendas

Alejandro Casona

Héctor y Aquiles
 
La Íliada es el más antiguo poema épico de la literatura universal. Lo compuso, hace tres mil años, un anciano poeta ciego, llamado Homero, gloria de Grecia. Y los rapsodas, sus discípulos, lo contaron por los caminos y los campamentos, conservando para la inmortalidad, por la belleza de su palabra, el recuerdo de los dos grandes héroes de la guerra de Troya: Aquiles, el de los pies ligeros, y Héctor, domador de caballos.

Hace nueve largos años que el ejército griego acampa, junto a sus negras naves, frente a las murallas de Troya. Durante tanto tiempo, sobre la franja de tierra que se extiende entre las murallas y el mar, se han desarrollado centenares de combates, donde se han mezclado héroes y dioses, sin que la victoria acabe de decidirse ni por unos ni por otros.

Fuertes son los griegos de largas cabelleras; los dirige Agamenón, rey de hombres, y a su lado combaten los más brillantes héroes de las islas: el gran Diomedes, de indomable valor; el gigantes Áyax, de ancho escudo; el prudente Ulises, rico en sabiduría; y el héroe de los héroes, Aquiles, el de los pies ligeros, hijo de una diosa del mar, que al nacer le bañó en fuego celeste, haciendo su cuerpo invulnerable al hierro, excepto el talón por donde le tenía cogido al sumergirle en el baño.

Don Quijote de la Mancha

Miguel de Cervantes


La comida fue limpia, abundante y sabrosa, y el maravilloso silencio de la casa, semejante al de un monasterio de cartujos, contentó mucho a don Quijote. Levantados los manteles, después de dar gracias a Dios y lavarse las manos, el estudiante poeta leyó unos versos suyos que don Quijote alabó como del mejor poeta del orbe.
 
Cuatro días estuvo don Quijote en casa del caballero del Verde Gabán, muy bien atendido, al cabo de los cuales, como no estaba bien que un caballero andante se diese muchas horas al ocio y al regalo, salió tan alegre a cumplir con su oficio y a buscar las aventuras. Sancho Panza, en cambio, lamentó la partida, porque era volver al hambre de los bosques y caminos, aunque había llenado las alforjas con todo lo necesario, pues don Diego le dijo que tomase de su casa todo lo que fuese de su agrado.