lunes, 31 de diciembre de 2012

Las ratas

Al José Luis le faltaba el dedo índice de la mano derecha. El dedo se lo cercenó una vez un burro de una trascada, pero el José Luis, lejos de amilanarse, le devolvió el mordisco y le arrancó al animal una tajada del belfo superior. En ocasiones, cuando salía la conversación donde el Malvino, aseguraba que los labios de burro, al menos en crudo, sabían a níscalos fríos y sin sal. En todo caso, el asno del José Luis se quedó de por vida con los dientes al aire como si continuamente sonriese.

Conocer a  Miguel Delibes.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Diario en un campo de barro


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A veces, paseas por la calle y pasas por delante de una casa de la que vienen llantos. Después de lo que ocurrió la otra noche con el niño y con su madre puedo imaginar cualquier cosa.

 Recuerdo los últimos meses que pasamos en nuestro pueblo, antes de que mi familia se dispersara. Ya estábamos en guerra, aunque entonces no lo sabíamos. Era una guerra extraña, no de soldados contra soldados, sino de militares contra civiles, y las víctimas eran hombre, mujeres y niños. Mis padres hacían lo posible para protegerme contra el sufrimiento. Yo me enteraba más en la calle, por lo que se contaba en el colegio, que a través de mi familia. El silencio no defiende del dolor.
Entre las delgadas paredes de estas casas está concentrado el sufrimiento del mundo. Todos los adultos tienen historias que contar, y lo hacen nada más llegar, pero luego parece que lo olvidan. Mis padres no hablan, pero tampoco otras personas con las que me cruzo. Sin embargo, de vez en cuando, en las casas se oyen llantos y gritos. A veces, siento ganas de entrar y preguntar. 


domingo, 23 de diciembre de 2012

La bomba

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La hormiga dio sus primero pasos por el interior del objeto.

Echó a correr, feliz por su hallazgo.

Nunca supo qué tocó, qué mordió, qué pasó.

Nunca.

No tuvo tiempo.

La explosión fue terrible y dramática, lo mismo que si el mundo estallase,  reventando con un alarido seco e impotente, el grito final de la rabia y la desesperación.

Ying Tao, Hamid y Juan Pablo cayeron al suelo. Un súbito viento los barrió de la faz de la tierra, que, a su vez, tembló de una forma extraña bajo sus pies.

Medio sordos, cubiertos de polvo y muy asustado, miraron hacia atrás.