Pero eso no es lo malo, hijo. Lo malo es
cuando uno no tiene disco que tocar y se conforma con repetir como un papagayo
el disco que estuvo oyendo toda su vida. Eso es lo malo, ¿comprendes? No tener
personalidad.
Tú eres Quico y yo soy yo, y si Quico
quiere ser yo, Quico no es nada; un don nadie, un pobre diablo sin nombre y sin
apellidos.
Quico abría mucho los ojos. Papá sacó
una pitillera de oro, golpeó el pitillo tres veces contra la superficie de la
mesita enana, lo encendió y recostó la nuca sobre el respaldo del sillón
succionando golosamente. Al cabo, Quico miró a su madre. Mamá le dijo con rara
suavidad:
—Quico, hijo mío, si en esta vida ves
antes la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, serás un desgraciado.
Lo primero que has de aprender en este mundo es a ser imparcial. Y lo segundo,
a ser comprensivo. Hay hombres que creen representar la virtud y todo lo que se
aparta de su juego de ideas supone un atentado contra unos principios sagrados.
Lo de los demás es circunstancial y tornadizo; lo de ellos, intocable y
permanente. Si te enrolas en un juego de ideas, tendrás personalidad, de otro
modo serás un botarate, ¿me comprendes?
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